miércoles, 30 de septiembre de 2009

¿QUIÉNES SON LOS BIENAVENTURADOS?

Jesús está enseñando a las multitudes. Todos le escuchan,
extasiados. ¡Nunca habían oído hablar a un hombre así! De su
boca sale un río de palabras de sabiduría que responde a las
necesidades de todos los hombres.
De pronto, una mujer alza su voz, entre las demás voces de
admiración y asombro:
—¡Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que
mamaste!
Todos guardan silencio. Lo que dijo la mujer ha estado antes
en el corazón de todas las mujeres ahí reunidas; ella las interpre-
ta a todas. ¿Quién no hubiera querido tener un hijo así?
Todos esperan una respuesta. ¿Cuál será la que correspon-
da a una expresión de alabanza tan legítima e indiscutible? En-
tonces, Su voz se oye clara y firme:
—Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y
la guardan.
Desconcierto. Asombro. ¡Qué respuesta extraña!
Es que la mirada de los hombres se posa sobre cosas con-
cretas y externas. El asombro que este Hombre produce se tra-
duce en alabanza hacia la madre que le trajo y los senos que
mamó. Sin embargo, el Señor hace que toda mirada se alce para
mirar a Dios. La tendencia del hombre es deificar lo externo aso-
ciado a Dios. En cambio el interés de Dios es alcanzar el corazón
del hombre.
Esta mujer consideraba dichosa a la madre de Jesús. Otros
después considerarían dichosos a quienes tocaron a Jesús; más
adelante lo serían quienes tuvieran un pedazo de la madera de
su cruz, o un puñado de la tierra que Él pisó. Cosas externas
asociadas a Dios, pero que no tienen un valor trascendente, espi-
ritual, transformador. Deificar el objeto, transformarlo en dios es
propio de la religión vana e inútil que no salva, que no llena el
vacío del alma.
Los que sí son bienaventurados son los que oyen la palabra
de Dios y la guardan. Ellos han encontrado la dicha de conocer a
Dios, creerle y amarle. Ellos han dado importancia a lo que real-
mente la tiene.

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