miércoles, 30 de septiembre de 2009

PREDICAS ESCOGIDAS

Estas son algunas predicas para escuchar online, solo tiene que escoger el titulo que desea escuchar y darle play.

El “Titanic”: la otra historia

El 14 de Abril de 1912, el “Titanic”, un navío que «ni Dios mismo
podría hundirlo», naufragó. De las 1528 personas que cayeron al agua,
apenas 6 fueron rescatadas.
Pero, ¿sabia usted que una de esas seis personas fue salvada dos
veces en aquella noche?. Su historia es un aviso inspirador de que la
vida vale más de que apenas sobrevivir.
Pero comencemos la historia por otro lado.
John Harper , un ministro escocés del evangelio, embarcó en el
“Titanic” acompañado de su hija Nana, de seis años. Planeaba viajar
hasta la Iglesia Moody, en Chicago, donde había sido invitado para
predicar durante tres meses. Cuando el navío chocó en el fatídico
iceberg y comenzó a sumergirse, Harper se preocupó de la seguridad
de su hija colocándola en uno de los botes salvavidas.
Entonces, hizo la última evangelización de su joven existencia. A
medida que las aguas heladas comenzaron a invadir al navío, oyeron
a Harper gritar:
— Dejen que las mujeres, los niños y los que no son salvos toda-
vía embarquen en los botes salvavidas.
Los sobrevivientes relataron que Harper se quitó su propio chale-
co salvavidas y lo dio a otro hombre.
— No se preocupe por mí – dijo –, yo no estoy yendo para abajo,
estoy yendo para arriba.
Cuando el navío comenzó a hundirse, más de 1500 pasajeros sal-
taban o caían en las aguas heladas. Mientras ellos se sumergían gra-
dualmente o se congelaban hasta la muerte, Harper nadaba entre los
pasajeros, instándoles a aceptar Cristo.
Apenas seis de las 1500 personas que luchaban dentro de las
aguas fueron rescatadas, incluyendo a un hombre que más tarde se
identificó como el último convertido de Harper.
Este joven había subido sobre un montón de destrozos. Harper,
que luchaba en las aguas muy cerca de él, gritó:
— ¿Usted es salvo?
— No – respondió el hombre.
Harper entonces gritó las palabras de las Escrituras:
— Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.
El hombre no respondió, y momentos después, fue llevado lejos
por las olas. Algunos minutos más tarde, la corriente colocó a los dos
hombres próximos uno del otro. Nuevamente Harper preguntó:
— ¿Usted es salvo?
— No.
Con el último soplo de su respiración, Harper gritó:
— Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.
Entonces se sumergió debajo de las olas por última vez. Allí, en
aquel momento, el hombre a quien Harper hablara de Cristo, decidió
entregar su vida a Él.
Cuatro años más tarde, cuando los sobrevivientes del “Titanic” se
encontraron en Ontario, Canadá, este hombre, con lágrimas, dio su
testimonio, contando cómo John Harper lo condujo al Señor Jesús.
Por supuesto, de esta dramática historia jamás se hizo una pelícu-
la. Vivimos en una cultura que parece más interesada en historias de
ficción, romance, sexo ilícito y joyas costosas, que en el verdadero
romance entre Dios y Su pueblo.
Pero, cuando el asunto del Titanic salga a colación, cuente a sus
amigos el «resto de la historia». Dígales acerca del joven escocés que
dio testimonio de Cristo con su último suspiro. Certifíquese también
de que sus hijos conozcan la historia. John Harper nos recuerda una
gran lección, el secreto de los siglos: La vida vale mucho más de que
simplemente sobrevivir.”

¿QUIÉNES SON LOS BIENAVENTURADOS?

Jesús está enseñando a las multitudes. Todos le escuchan,
extasiados. ¡Nunca habían oído hablar a un hombre así! De su
boca sale un río de palabras de sabiduría que responde a las
necesidades de todos los hombres.
De pronto, una mujer alza su voz, entre las demás voces de
admiración y asombro:
—¡Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que
mamaste!
Todos guardan silencio. Lo que dijo la mujer ha estado antes
en el corazón de todas las mujeres ahí reunidas; ella las interpre-
ta a todas. ¿Quién no hubiera querido tener un hijo así?
Todos esperan una respuesta. ¿Cuál será la que correspon-
da a una expresión de alabanza tan legítima e indiscutible? En-
tonces, Su voz se oye clara y firme:
—Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y
la guardan.
Desconcierto. Asombro. ¡Qué respuesta extraña!
Es que la mirada de los hombres se posa sobre cosas con-
cretas y externas. El asombro que este Hombre produce se tra-
duce en alabanza hacia la madre que le trajo y los senos que
mamó. Sin embargo, el Señor hace que toda mirada se alce para
mirar a Dios. La tendencia del hombre es deificar lo externo aso-
ciado a Dios. En cambio el interés de Dios es alcanzar el corazón
del hombre.
Esta mujer consideraba dichosa a la madre de Jesús. Otros
después considerarían dichosos a quienes tocaron a Jesús; más
adelante lo serían quienes tuvieran un pedazo de la madera de
su cruz, o un puñado de la tierra que Él pisó. Cosas externas
asociadas a Dios, pero que no tienen un valor trascendente, espi-
ritual, transformador. Deificar el objeto, transformarlo en dios es
propio de la religión vana e inútil que no salva, que no llena el
vacío del alma.
Los que sí son bienaventurados son los que oyen la palabra
de Dios y la guardan. Ellos han encontrado la dicha de conocer a
Dios, creerle y amarle. Ellos han dado importancia a lo que real-
mente la tiene.